domingo, 21 de diciembre de 2008

la lotería: el opio de pueblo

Mañana es el día del sorteo de la lotería de Navidad -estas fiestas tan mundanas, ya lo he dicho, dan mucho de si-.

En cabecera de todos los telediarios la maldita preguntita de siempre; los desesperados que compran con el deseo de tapar agujeros -que ellos mismos con inconsciencia habrán abierto-, paliar la crisis, ayudar a pagar la hipoteca -afortunados ellos que tuvieron crédito-.

Odio la lotería. El opio del pueblo.

Lo mejor que podría suceder -descartando problemas técnicos o circunstanicias anómalas que impidieran el sorteo- es que el gordo fuera uno de esos número feos o raros que nadie quiere y que ha tenido que quedarse la propia administración. La suministradora de este opio que es la lotería.

De este modo ganaríamos todos. Incluso los que no juegan, Porque el estado tendría unos buenos ingresos que invertir en el bien común y que no terminarían dilapidados en chorradas y caprichos. La la ausencia de premio impediría fugas de buenos y útiles profesionales con evasión de impuestos incluida que de un día para otro pasan de ser firmes promesas, profesionales cuya carrera promete, a ser vulgares haraganes.

Si, de este modo ganaríamos todos. Y se evitarían además -y sobre todo- los patéticos espectáculos de tipos forrados que celebran que, encima, les ha tocado el gordo. O de ludópatas -que juegan a tres sorteos por semana, sin contar la quiniela y el bingo-.
Los enganchados al juego y los que más tienen para gastar son los que se llevan -en pura lógica (juegan mas)- el gordo; aunque de refilón alguien reciba un merecido premio -por aquel décimo que a punta de pistola le obligaron a comprar- y sepa montar el numerito. Con cogorza televisada incluida; por supuesto.

Patético espectáculo el de la lotería nacional. Y el de las siniestras loteras desdentadas de la Puerta del Sol deseando con palabras gastadas suerte mientras ya se han metido sus dos Euros de comisión por el décimo manoseado que nadie quería y han conseguido colar a última hora a algún incauto.

Mañana es un día especialmente odioso -enmarcado dentro de esta vorágine nefasta de estas fiestas carnavaleras-: el del tendero que regala el género aunque -listo él.- no se haya quedado con ninguna participación de las que ha conseguido colocar a sus incautos clientes; el del paleta que abandonará el tajo (y que su puesto lo ocupe un inmigrante ilegal); el del vejete forrado que llorando hará creer que gracias al cielo tendrá una feliz vejez -los ancianos son los más compulsivamente inversores en lotería (ansias, sin duda, de eternidad; o pura avaricia)- cuando no hará más que engrosar el montón que será un día objeto de disputa cruel entre parientes; y la más patética de todas las imágenes: la del ejecutivo de banca, con traje oscuro y maletín, gomina, bigotito e impostada sonrisa persiguiendo agraciados para trincar despiadadamente su comisión y contribuir a enriquecer al banco que es donde todo en definitiva va a parar, y que todo se lo queda.
TAmbién estarán los catetos que por un día se llenarán la boca de vocablos que suenan bien pero que no tienen idea de que significan: renta fija, renta variable; euribor, etc..

Y el mas listo será el que pille la tela fresca, la meta en una valija y sin despedirse ni de su familia tomará el primer avión a las Bahamas. La evasión de impuestos -no obstante ser ingresos provenientes del Estado- será la última cosa que le produzca remordimientos.

Patética lotería.

El opio absurdo del pueblo.

Yo apuesto por el 00007; el 13131 o el 66666. Pero aunque me filtraran que el sorteo está amañado y va a salir alguno de estos guarismos, yo no pondría un duro en ellos.

Es dinero ilegítimo.

Tengo por ahí, descolorido y desmigado un décimo que me endosaron y que terminó en la lavadora.

Me da igual.

Odio la lotería, su parafernalia y sus márgenes.

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