jueves, 18 de diciembre de 2008

El último vestigio

Daba un poco de pena verlo entre las fauces de los mastondontes metálicos como si fuera un click de playmobil. O un títere oxidado que no podía mover sus articulaciones.

Y un poco de vergüenza su sorprendete jeta sonriente y cínica bamboleándose en el aire. Toda cubierta de añeja mierda dorada de pájaros entrañables que en él, libres ellos, siempre pudieron cagarse. Manantial de rebeldía y libertad ha sido siempre su mierda.

Y mucho miedo la negra turba ululante y vociferante, los rostros agriados y agrietados, las viudas negras bajo gafas de soldador de fundición que tapan su rostro negor, los vozarrones cazalleros; el señor de negro que por un día mostraba su emoción primaria tirando un clavel hacia la estatua cagada del carnicero al fin desgajada, tras arduo trabajo de intendencia, sólidamente arraigado en el lugar. Restos oscuros de una España terrible que afortunadamente ya no volverá.

A la gente decente, ¿que decir? que le da un poco igual todo.

Por mi ciertamente pudieran haber dejado la enorme cocorota en disposición de los pobres pájaros seguidores enconados, coleccionistas, de estatuas ecuestres.

En realidad es que ahora ya no quedan estatuas del carnicero que quitar; y se nos priva pues de un bonito espectáculo.

Jódete Franco y toda su chusma milagrosamente superviviente que para ver su efigie enmerdada sale de sus catacumbas.

El último resto simbólico, pintoresco vestigio, de la dictadura asesina del criminal Franco ha desaparecido al fin de los lugares públicos.
Que su chusma ululante se hubiera ido con él.

Pobre España.

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