domingo, 22 de febrero de 2009

A veces el Carnaval...

A veces el Carnaval tiene cosas buenas. Es más; en ocasiones podría decirse que logra prodigios inopinados.

Si no fuera porque no soporto estas fiestas acaso podría decir que "El Carnaval tiene magia...."

Y así, en ocasiones el pactado y artificial -nunca mejor dicho- desmadre logra efectos contrarios a los pretendidos -a parte de hinchar los bolsillos a las tiendas de guarrerías, que estas siempre ganan-, atribuyendo severidad y seriedad a lo que no la tiene.

Y así, por ejemplo -se me ocurren pocos ejemplos-, puede convertir en episodios épicos las burdas peleas broncas, los rifirafes rudos, de la postrimería etílica del turbio arrabal portuario.Y aun cuando a estas horas es muy probable que queden poco mas que cuatro harapos del disfraz y que por la travesía nocturna se hayan quedado la mitad de los complementos de un atuendo estrafalario, es posible ver a un emboscado de porte -si se le divisa desde lejos, desde muy lejos- caballeresco, ataviado con sandalias y cota de mallas -y un muy masculino vestido largo- batirse en duelo desigual con algún superheroe moderno con gafas de soldador y armas que expelen líquidos irisados de apariencia viscosa al que acaso solo un último revuelo de una capa sobada y húmeda, y sobre todo los genuinos calzonzillos colocados encima del pantalón, podrá hacer recognoscible.

Y aunque los nudillos de los puños maltrechos por el frío mañanero de un febrero que ni los más ardoros cálices llegarán a poder mitigar tengan la misma dureza prosaica de siempre para romper un tabique de una nariz goteante que igualmente crujirá tras alguna capa de burdos afeites ya más que derretidos encostrados en el rostro, y la sangre sea igualmente caliente, espesa y pegajosa, el Carnaval, esta fiesta dichosa será capaz a dar un halo de dignidad a estos oscuros trances pendencieros, a estas sórdidas trifulcas tabernarias. Entre el lodo, que salpican los cristales rotos de los pelotazos de wisky y el olor genuino a pescado podrido y cagadas de pato.

Que no es lo mismo, no hay duda, decir que los dos "broncas" de siempre, que nunca escarmientan, han vuelto ha terminar mal la noche de juerga, "dándose de hostias"; que decir, por ejemplo que el Capitán Trueno desafiaba esta madrugada fría en singular duelo a Batman entre las oscuridades lóbregas y húmedas de un turbio tabernáculo de Sin City. Y que se llegaba a batir con el con fiereza descomunal ante las aguerridas huestes concurrentes que en horrísona clamor jaleban a sus respectivos héroes exhibiendo los más inverosímiles y tremebundos postizos y cicatrices, parches en ojos, garfios en lugar de brazos, crestas aguerridas de gallos de pelea, mazas descomunales claveteadas y látigos de cuero rematados con tachuelas.
Y que apartadas dos bellas damiselas compungidas -angelicales y extemporáneas ambas- aguardaban con temor y ansia el final de envite rogando por la victoria de su amado.
Todo ello con un Sam imperturbable tocando su una última pieza. Un viejo y dolorido blues de Michigan que cual lamento demorado se dejaba oir desde el interior del tugurio abierto del cual la turba había sido expelida a la limosa intemperie.

Ello obstante, con brevedad -no la suficiente como para que un par de móviles con bateria puedieran recoger un par de instantaneas "guapas"- un par de lecheras prosaicas -vulgares lecheras sin mas- con horrísono aullido de sirenas -que no de lobos- finiquitan sin mayor contemplación ni gloria las puesta en escena genuina, con revuelo de capas y crujir de postizos, y resbalones en los charcos en que se queda un nuevo complemento del atuendo. Y los heroes combatientes serán acometido por un desmesurado contingente azul -como para continuar dando gloria a su hazaña y pábulo a su fortaleza-, maniatados y reducidos.

El parte de lesiones no obstante será prosaico y formulario. No como para que un enconado pregonero continue el episodio con el relato para la posteridad de la cruenta batalla librada por el héroe. Y los médicos y enfermeras llevarán, apariencias contrarias, su atuendo ordinario. Tan ordinario como el obsequio de omeoprazol de los domingos por la mañana.

A veces el Carnaval...

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