martes, 13 de enero de 2009

Ellos no han terminado su trabajo

Es lo que he oido que decía un matón israelí encorbatado que no reía sencillamente porque no sabe lo que es reir.

Que todavía no han matado bastante. Que no han terminado.

Que quedan fondos de arsenales que renovar.

Que no hay material suficiente todavía para el montaje de la película.

Que a ellos, en fin, nadie les bombardeará ni les parará los pies.

Como más destruyan, en fin, mas tendrán para rehacer. Mas medicinas que exportar. Más créditos usurarios que conceder. Más productos que vender. Más instantaneas para inmortalizar su piedad tras exhibición de serena cólera, de justificada furia. De plomo sólido (nauseabunda jerga yanki).

Porque encima hay que aguantar a la gentuza acrítica con el estado de Israel que no solo todo lo justifica -el alma de acero han de tener para poder aguantar de este modo la barbarie de los niños mutilados- sino que se victimiza. Los que restriegan en cara los presuntos logros provenientes de la excelsa raza judía que justifican cualquier desmán -ahora podrán poner en práctica sin duda sus métodos y vender sus productos farmacéuticos (no dudo que lo harán)- para tapar su boca y emboscar su vergüenza.

Y los que apelan al pasado perseguido de una raza que ha sabido como ninguna hacerse odiar y cuyas artes persuasivas no han sido otras que la influencia y el poder. Y prohibir bajo amenaza lo que no les convenía. Mala gente que siempre ha querido distinguirse por razones turbias -como lo son siempre , dentro del género humano, las relativas a la raza y a la sangre-. Aunque algunos se apuntan a la fiesta porque si; porque les gustan las armas y la acción, empachados de subproductos de la factoría yanqui. O váyase a saber porque rara alucinación.

Hoy disparataba con característica generosidad un menda en las páginas del UH ¿Que le pasa a la izquierda española con los judíos? -que mejor sería que preguntara a la derecha española, y a los ensotanados, herederos de la inquisición -
Pues acaso que la visión de un niño sin piernas -que los manipulados informativos no logran controlar- conmueve a la gente decente.

Y el sanguinario lenguaje inapelable e indiscriminado de las armas destruyendo sin compasión y sin remisión -por designo divino, de su maldito dios violento (aquel loco energúmeno desabrido y gritón, pedenciero, de la fastuosa novela que ha lastrado buena parte de la humanidad) remueve las conciencias de quienes pensaban poder presumir de racionalidad por pertenecer al mismo género humano y han de comprobar diariamente que no es así.

Dais asco.

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