Sonriendo.
E inventando lecciones que nunca aprendiste.
Y flanqueado -y bien defendido- por dos de tu camarilla personal. Las más cualificadas. Cuanto honor.
Y me haréis de nuevo creer que soy el culpable.
Y me volveréis a perdonar.
Que me atreva a molestarte.
A malgastar tu tiempo.
A interrumpir la melodía suave que edulcora tus oidos acorazados.
Agriar brevemente el rictus sereno de tu rostro de hormigon; torcer su gesto severo en mínima muestra de flaqueza.
Y cuando me de cuenta, y haya sido ya desalojado a golpe de timbrazo e interrupción -añadida al fusil de las miradas que te flanquean- ya tendrás tu agenda ocupada hasta dentro de tres meses.
Y a las pocas horas el silbido de una cerbatana escondida entre legajos, o de la víbora sigilosa, serenamente desconcertada, inagurará otra época.
domingo, 2 de agosto de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario