domingo, 30 de agosto de 2009

aquí os quedáis

Buscaos pues otro perro que os brinde su espalda apaleada.

Y al que arrojar algunos desperdicios rancios de compañerismo. Los que os sobran de vuestro derroche cotidiano que no embargan rifirafes airados tan comunes.

Roidos huesos insípidos -por sobados y lamidos- de amabilidad apelmazada.

Otro destinatario imberbe y apocado de vuestro proverbial odio vesánico.

Que encaje tanto y que aun se rebele inutilmente dando como un pelele torpes palos de ciego en la niebla, prendido de la tupida malla que forman los sargazos que pueblan vuestra jungla hostil de alimañas y vericuetos, intentando hallar un norte en la espesura neblinosa de los perpetuos desaires; ante vuestro cruel alborozo tenaz y militante.

Inquebrantable como norma natural dispuesta por divino soplo -que así fuera acaso-; engrasado por el Sistema que nunca falla. Que todo lo justifica. Que todo lo ampara.

Yo me largo.

Un revés, un tirabuzón, un bucle extraño dibujó postrera la trayectoria inopinada de una inofensiva daga si filo de puesto ambulante que se hiciera cortante y letal, ejecutora postrera de la ligadura farragosa ya encostrada.

Y el salto por la ventana en estético volatín jamás concebido, en vertiginosa pirueta jamás imaginada, tuvo un remate mas que airoso, insultantemente digno. CAsi pinturero, como el del desplante del torero que no termina de conjurar, no obstante, el miedo.

Y aquí vosostras en vuestro templo de clausura, clausuradas, os quedais.

Rezando y maldiciendo la última traición del intruso.

Felices pues. Al menos teñidas de vuestra beatífica sonrisa que tanto aterra.

Y la víbora silenciosa reconcentra su gesto impasible desde su lodo; y que habrá de buscar otros objetivos para su cerbatana de terrible silbido.
Sigilosa rumia y trama entre el cieno de sus legajos y protocolos.

Que os vaya bonito.

Yo me abro.

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