domingo, 15 de marzo de 2009

verla arder

Consumirse, lenta y remolona como ella misma, entre espesa humareda.

Que tizna y ahoga.

Que Intoxica. Sin máscaras que puedan hacer frente su ponzoña.

Ni cuadrillas de aguerridos bomberos que con descomunal manguera en mano osen acometer el solemne incendio ni aun para subir algun peldaño en el escalafón o engalanarse la solapa con otra chapa.

Envuelta toda ella en espesura negra que enmascara y oculta sus elevadas insultantes chimeneas siempre activas. Que siempre despiden humo. Siempre negro y espeso.

Hoy toda ella era humo.

Escuchar crepitar con fuerza las escasas madera nobles que sus muros inexpugnables albergaban. Dando su solidez dignidad a la destrucción incontrolable.

La mesa del Amo receptora de tantos puñetazos, y de la sombra del flexo de luz amarilla que tantas veces hiciera terrible su rostro para su atribulado interlocutor; señora hasta en su último momento. Estéticas las llamas que lentas pero inabordables la consumen entre chispazos cual detonaciones de batería. (O vulgar pedorreta).

Ver derretirse en ridícula consunción las fotografías de tiempos gloriosos -que el genuino blanco y negro dignifica y realza- gestando las más grotescas muecas en los más severos y distinguidos portes pretendidamente inmortalizados. Que no obstante no pierden su sonrisa. Aun encueltos entre infernales llamas que parecieran arroparlos.

Percibir la sucesión de toda una gama de aromas mareantes. Las más turbulentas conmixtiones ponzoñosas de tinta, polvo, papel, plásticos y goma de cables.

Chispazos de antediluvianas máquinas convertidas en lanzaderas o disparaderos amorfos de fuegos artificiales.

Últimos estertores enloquecidos -bucles ridículos, traqueteos ignotos, vaivenes inopinados- de las más modernas desbordada su "inteligencia" por estas ignotas e incandescentes órdenes. Son tan inteligentes si, que hasta se diría da pena verlas "abrumadas" por los acontenimientos.

Sofisticada pirotectia. Que nada tiene de festiva.

Verla arder y en ella consumirse tantos rimeros de papel húmedo y gastado, de todo gramaje, textura y calidad, arrinconado en rimeros que desafían las leyes de la gravedad y del tiempo. Sobriamente dispuesto en legajos deshilachados de duras tapas que oponen una dura resistencia protectora y entrañable a su amarillento contenido.

Lacres fundidos de sobres que ya no se abriran continentes de mensajes abortados para siempre; secretos pequeños que ya no se desvelaran. Carpetas antiguas continentes de estadillos, listas y roles que fueron inofensivos bajo tapas negras se hacen tremebundas.

Escuchar el chirrido horrísono de la maquinaria achicharrándose.

El sonido tremendo y aullande del fuego destructor implacable.

Verla arder y consumirse.

Y al fin ver siluetas danzarinas entre lenguas de fuegos multicolores. Despertadas del sueño terrible del olvido, inportunadas en la que debía ser su última morada en la que se enquistaron.

Escuchar lejanas voces doloridas. Ecos sordos inmarcesibles sublimados. Azuzados en sus más recónditos lugares donde habían sido acallados.

Ahuyentados ahora al fin y definitivamente consumidos por el fuego purificador.

Es el sonido del tiempo perdido y robado que ha perdido sus muros que lo encarcelaban y lo ocultaban.

Liberado al fin.

Cuando ya ha sido amortizado.

Verla arder y aunque sea entre sueños despertar entre febriles delirios y un aroma penetrante. Conmixitión entre incienso y surtido de ahumados.
Y con una capa más de hollín en el alma.

Antes de volverla a ver erguida e insultante. Despidiendo humo solo de sus tétricas chimeneas cual buque antiguo a toda máquina.

Antes de su naufragio.

Y descender por sima profunda que su puerta oxidada nos franquea.

Donde el nos espera.

El Amo.

Que es el dueño absoluto de nuestro tiempo precario.

Y de nuestros sueños.

Que jamás se cumplirán.

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