lunes, 16 de marzo de 2009

Todo se transforma

... Y ver derrumbarse como castillos de naipes sus muros ennegrecidos -que no conocieron la pegajosa y romántica hiedra- sobre un mar de cenizas polvorientas que el aire aventa avivando rescoldos ya apaciguados en su voracidad incontrolable.

Y aromar el aire un genuino olor a cera quemada e incienso que sobrecoge.

Que no amansa.

Olor terrible a iglesia y cementerio.

En un solar del que no nacerán musgos ni flores. Ni columpios ni bancos de parque.

Tanto tiempo perdido acotado en tan breve espacio. Lastrado en el para siempre.

Frustración, rabia, ira desatada -que no obstante no logra huir del lugar donde quedó enclavada- que envolvera nuevos muros de nuevos edificios.

Del Amo.

¿De quien sino?

Con el tiempo lastrado definitivamente suyo.

Porque el Amo es el dueño absoluto de nuestro tiempo precario.

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