miércoles, 17 de junio de 2009

injusticias

El chocolate que llenará las tazas de sus ilustres invitados -conde de tal, duque de cual, marques de todos los vientos- en estas inminentes fiestas les costará más del doble de lo que asciende la renta anual de su pobre inquilina a punto de ser desahuciada por no poder hacer frente a su tan modesta cantidad; sobrevenidamente inalcanzable para ella.

Modesto alquiler si, pero cierto es también que el señor no ha puesto un puto duro en esta casa -una más- durante mas de veinte años (o más). Que si ese agujero es hoy habitable, si ese cuchitril es un hogar es gracias a la inquilina.

De cuyo trabajo el, pues, una vez mas, se aprovechará.

Y podrá así encargar doble ración anis y dolças, y puros de contrabando, para después del chocolate que invevitablemente atorarar los desagües oxidados de su palacio decrépito -estos señores no se quieren manchar mucho con la taza y la dejarán medio llena-.

Y encima el señor presumirá de magnanimidad por no exigirle a la inquilina las rentas debidas -que no pudo pagar de ningún modo- mientras con la casa a cuestas y sus hijos ella mendigará humanidad.

Esto es así. Nadie se salva. Ya se sabe. Y el rubor suele asaltar el legítimo ejericio de derechos. A veces el dolor y el remordimiento es cierto. Que acaso un poco lo conjura el último sabotaje del inquilino.

Más en este caso se ha pagado lo que ha podido hasta el último día. Se ha hecho cuanto ha podido para defender un humilde hogar en contra de todas las circunstancias. Vano esfuerzo que no ablandará el corazón acerado del señor de distinguido porte y dudosa conciencia.

Que no se acuerda ni donde esta esta casa.

Que no tendrá piedad.

Mas no solo eso.

Una panda de chiquiliquatres da apoyo moral (sin duda que relativizado este concepto) al señor, reconfortándole por anticipado por la fechoría y por si alguna escena le parece demasiado cruda. Dándole ánimos y justificándolo.

Y otros, los más leales, le harán el trabajo sucio y asimismo satisfarán su servil crueldad inhumana en primera fila, jaleando el lanzamiento (nunca un concepto fue tan descriptivo) de la inquilina del que fuera SU hogar. Y regodeándose en la escena. En el llanto de la inquilina y sus hijos.

En su indigencia provocada.

Maldita suerte.

Maldita justicia.

Ojalá como aquel mítico templo formidable, un indignado clamor divino, soliviantado hiciera quebrar los muros de sus palacios y los redujera a escombros.

Y se vieran en la puta calle.

Ellos si.

Mas no será así, que sus dioses bien untados están con ellos.

Y de hecho esa mañana miserable estarán ya ellos santigüados y comulgados de la mano de un siervo de su dios impostado.

Malditos.

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